Tras cinco minutos más de excursión, y justo al encarar una de las pocas rectas del Garraf, los vi crecer vertiginosamente por el espejo, lo primero que me chocó fue que todos llevaban las luces encendidas, detalle que antes no había apreciado; lo segundo fue que en cuanto se me echó encima el primero, no me adelantó, sino que se quedó un momento pegadito a mí para rebasarme muy despacio mientras le echaba una ojeada a mi moto. El segundo hizo lo mismo, repasando de arriba abajo mi Ossa, mientras señalaba mi máquina y le hacía un gesto con la cabeza al que iba tercero, los demás repitieron la operación a medida que me adelantaban, y yo me sentí como un imbécil sin saber si debía saludarles, fingir indiferencia o mirar también sus monturas, hasta que detrás de una escafandra de astronauta le tapa a uno la boca y algo la nariz, pero los ojos no, y cuando uno se ríe, no lo hace sólo con los labios, no señor; los europeos con motos japonesas se ríen con la cara, y eso se nota por mucho casco integral que lleven, y aquel engreído, el último de la fila, se rió, no sé si de mí o de mi moto, pero se rió.
Compréndelo, fue superior a mí, no pude hacer nada para evitarlo. Además dio la casualidad de que aquella carretera era una vieja conocida de antiguas aventuras, dio la casualidad de que se me cruzaron los cables y dio la casualidad de que mi Ossa no era una Mike Andrews réplica de aquellas, sino una yankee 500, con motor 2 tiempos, twin paralelo, perdón, entonces se decía bicilíndrico vertical enfrentado al sentido de la marcha, y con más de 70 CV de los buenos.
Cuando todos los del grupo ya hubieron tenido la oportunidad de contemplarme como a un mono en una jaula, teniendo la delicadeza, al menos, de no tirarme cacahuetes, hicieron bramar sus motores y desaparecieron al final de la recta. Yo, invadido por la serenidad de las grandes ocasiones, me ajusté las gafas que hasta entonces había llevado sobre el clímax, respiré hondo un par de veces, reduje tres marchas y le di al mango como un hombre.
Les juro que una de las cosas que más lamento en mi vida es no haber podido ver la cara del capullo aquel, cuando vio que se le echaba encima el chirimbolo con ruedas del que se había reído un minuto antes, le quité el polvo del lateral izquierdo de su bonito carenado y en la misma operación, casi sin querer, decidí deshacerme también del que le precedía justo a la entrada de una curva en la que acababa de aparecer un 600 conducido por un caballero calvo al que los ojos le crecieron asombrosamente alcanzando en un segundo el tamaño de dos huevos duros, los dos siguientes fueron realmente fáciles, debo reconocerlo.
No se habían enterado aún de qué iba la misa y aproveché el tramo recto para enseñarles, cuando pasé al otro, que ya se había dado cuenta de la situación pero no pudo reaccionar, fue cuando empezó la fiesta de verdad, y los tres que iban delante de mí, después de un instante de estupor, varios titubeos, se agacharon sobre el depósito y empezaron a retorcer las orejas de sus japonesas.
Pero resulta que en la casa Ossa, además de fabricar estupendos proyectores cinematográficos, también entendían algo de motos, así que no fue muy difícil chuparle rueda al siguiente, claro que adelantarle era otra cosa, los otros dos que quedaban delante nos iban tomando algo de distancia, así que no debía perder mucho tiempo con el que iba tercero, porque corría el riesgo de perderlos, en esto estábamos cuando, ¡Oh! Dios existe: después de negociar una de derechos, nos encontramos una pequeña recta y, al final, una curva bien visible donde iban a cruzar el Renault Gordini al que deberíamos adelantar y el auto que venía hacia nosotros. El alemán dudó una décima de segundo, no podría pasar entre los dos vehículos, juntos. Un instante antes de ver iluminarse su luz de freno, yo ya había reducido una marcha y enroscado el puño del acelerador, y después de dejarle atrás, seguramente planteándose cambiar su Suzuki por una Torrot 49. Pasé entre el coche y el auto en pleno viraje creando el estilo que años después me copiaría descaradamente Ronaldinho para colarse entre los defensores del Compostela; y sin detenerme a pensar qué opinión tendrían de mi mamá el chofer y el dominguero, me lancé a la caza de los dos últimos modelos trofeos. Me costó mucho alcanzarles, los malditos iban deprisa, pero al final me puse a rueda. Iban separados unos 20 metros uno del otro, mejor.
...............................un poco más....................